martes, 2 de agosto de 2011

El dolor.

El dolor, en ocasiones asesina los sentimientos. El dolor expone las almas. El dolor pregunta. El dolor borra y luego pinta. Erosiona por la mañana y reverdece las tardes cuando se ha apagado.Estimula, a la vez el habla y el silencio: permite que en un tiempo se fundan la palabra herida y la esperanza. El dolor es la suma de muchas sumas: del pasado y del presente, del llanto y de la risa, del ¿por qué? y del gracias a los cielos, del yo fugado, cuando el cuerpo vive en silencio y de aquellos "yos" profundos que abandonan las laderas del mutismo cuando las llagas recuerdan cómo duele la vida.
El dolor cura. Cura cuando se aleja, cuando es recuerdo, cuando el día adquiere otros ojos y las tintas de otros tonos. Alivia cuando el tiempo, los amigos o la medicina detienen las llagas y la certeza de saberse vivo sepulta las imágenes del sufrimiento. Mitiga, porque las aflicciones dan vida a lo etéreo y presencia al olvido.
Cuando las mermas físicas amenazan la existencia, el mal también inquiere y reacomoda los ladrillos del alma: ¿cómo cohabitar conmigo misma si la enfermedad me ha modificado? ¿cómo leer los largos insomnios donde la idea de finitud nace del cuerpo lastimado y la pilsión de vida adquiere otras vetas a partir del cuerpo reencontrado?
Quizás el dolor profundo que emana del ver "al otro", al otro yo, pudiese servir de semilla para entender y lidiar mejor con este tipo de descuidos.

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